Modelo alternativo para las compra de propiedad intelectual.

Posted on 6 diciembre, 2010

0


La industria y la propiedad intelectual como producto.

Llevamos años de batalla, entre una industria estancada y la comunidad de usuarios -consumidores en potencia o decadencia- que cambia su estrategia de consumo ante el abanico de alternativas que nos brinda la tecnología. Son muchas las controversias sobre la verdadera marcha de la industria de propiedad intelectual. La de música, por ejemplo, lleva anticipando su desaparición desde la época de aparición de las cintas de casetes. Ahora la industria editorial teme al libro electrónico, y los ministerios de cultura protegen a los autores y editores, con impuestos y políticas impopulares, pero además injustas, regresivas e inútiles.

Parece que toda alternativa al modelo tradicional -y arcaico- de venta de propiedad intelectual escuece entre los portavoces de la industria. Nos acercamos hacia la desaparición -al menos a nivel de capacidad comercial- del formato físico, como elemento de transmisión de propiedad intelectual. El avance sistemático de la tecnología hacia la «mayor capacidad en menor espacio» es irremediable. La información y los contenidos han sufrido a su vez una transformación en su forma de uso: Los usuarios «comparten» y «recomiendan»; se acelera la comunicación con formatos breves, concisos, insertados, semánticos; se potencia la imagen, el vídeo; el individuo cuenta con su espacio personal, con capacidad de difusión, opinión y creación.

La propiedad intelectual tiene que flexibilizarse y convertirse en un elemento ágil, opinable, transformable. Pero a la industria no le interesa el cambio. No quieren que su producto sea maleable ni que el consumidor tenga el control total sobre el.

Una de las principales controversias de este modelo de negocio corresponde a la comercialización de la propiedad intelectual como producto. No es tangible y desde luego no es duradero. Cuando adquirimos -por ejemplo- un disco, estamos principalmente contratando la titularidad sobre dos elementos: disco físico, carátula, librillos, etc; y propiedad intelectual sobre la obra.

El problema surge cuando perdemos o dañamos una parte del producto adquirido, claramente, el formato físico sobre el que se graba y guarda el elemento intelectual del conjunto. Si queremos recuperar lo que compramos, debemos pagar de nuevo por la misma propiedad intelectual, además de volver a abonar el precio físico y tangible. Dadas las características de la propiedad intelectual, no tiene sentido para el consumidor el pagar dos veces por ello. Deberíamos permanecer abonados a la explotación ad infinitum de la obra, abonando cuando fuera necesario el precio del soporte tangible.

El método de suscripción a la obra o autor/es.

Un sistema que eliminaría esta discordancia en la adquisición del producto, sería el método de suscripción a obra o autor/es.

Como consumidor tendría la posibilidad de suscribirme por una cantidad monetaria a un autor/es u obras de manera temporal (años, meses) o bien a una cantidad determinada de productos. El coste sería bajo, y me debería permitir adquirir tantas veces quisiera el producto al que estoy suscrito. Por otra parte aparecería el formato físico -en caso de que optemos por su adquisición- o bien el formato digital -del que mismamente habría que cubrir el coste de los servidores y técnicos empleados en transmitir el producto a través de internet- del que abonaríamos su coste marginal. De este modo obtenemos un sistema con beneficios más directos sobre la obra y el autor, y un mecanismo menos perjudicial para la economía del consumidor.

Se podría incluso fomentar un precio de suscripción sujeto a demanda; formatos de bajos precios para nuevos autores; ofertas conjuntas. El abanico es enorme, aprovechando además la capacidad que nos generan las nuevas tecnologías.

Implementar este nuevo modelo no supondría un alto coste, aunque sí que sería una transformación paulatina sobretodo de nuestra manera de actuar como consumidores. El cambio de filosofía se está generando sin embargo, primero en los usuarios que en la industria, y buena prueba de ello es la evolución de los social media en los últimos años, convirtiéndonos todos en autores y editores de nuestra propia propiedad intelectual.